viernes, 1 de julio de 2011

ETERNAMENTE UNA ROSA EN JAUJA


No te lo dije con aquella serenidad que suelo aparentar en situaciones similares, porque tú eres pasión, ternura y evidencia; caracteres que son suficiente para tener acceso a la combinación que me descubre en esencia, con esa alegría inminente y emoción copiosa que sentí inevitablemente y sin reparos al estar muy cerca a ti.


Recuerdo que hace años, camino a Jauja, miraba mi reloj como amenazando a sus agujas para que trabajen el doble, pero el tiempo castigaba mi impaciencia y el sonido cada vez mas impecable de sus engranajes me sugirieron desistir, entonces mire por la ventana de lado izquierdo del bus y el rio Mantaro al igual que el reloj estaban del otro lado, eso significaba que faltaba mucho para llegar. Ante tal circunstancia llena de ansiedad por arribar a mi tierra, me dejó con la única posibilidad, que era intentar dormir.

Al despertar vi la riel del ferrocarril, las calles con casas de adobe, y arboles de eucalipto que bailaban con el viento de la mañana, me sentí feliz, hacia tanto tiempo que no regresaba a lo mágico de mi sierra querida y la ansiedad nuevamente se apodero de mis actos. Me abrigue y aliste mis cosas para bajar del Bus, pero aún faltaban unos minutos para llegar.

Ya en sus calles, casi de inmediato, compre panes de huevo y leche fresca, con la intención de recordar mi niñez, y preferí caminar desde la última cuadra de la calle Bolivar hasta la primera que era donde vivía y luego de varios minutos, llegue a casa, y toque aquella puerta que venció al tiempo y sus historias, recibiéndome mi abuelita y la abrase como un hijo más.

Ella se había levantado de madrugaba, para preparar patasca por mi llegada, aun no siendo mi plato favorito, pedí un poco más, en realidad fue la única vez que me encanto la patasca, todo era estupendo, y me sentí dichoso, estaba con la familia en mi Jauja querida.

Luego se sirvió el café y los panqueques, combinándolos con leche y el pan que había comprado, Todo ello colocados en bateas de madera, que eran las mismas de cuando yo era un niño y dicen por ahí que también lo usaron mis bisabuelos.

Entonces, con toda esa opulencia en comida, alegría y nostalgia, tímidamente me atreví a preguntar sobre Rosita, la chica de mejillas rojas y cabello castaño, con la que jugaba de niño en un triciclo de carreras que tenia adornos alusivos a los caminos del Inca y que ella empujaba con todas sus fuerzas, por una de las cuadras de la calle Junín, mientras yo conducía. La velocidad máxima en aquel momento, creo que fue de medio kilómetro por 10 horas, pero a nosotros nos parecía haber llegado a los 100 KPH y es que la visión de un niño es más perfecta para los sueños.

Todos se callaron repentinamente, y fue mi abuelita la que me conto lo que le había pasado a Rosita y me sentí muy mal por su desventura,

Mientras tanto el día se puso tan hermoso, que me invito a ir en busca de Rosita, tenía que decirle cuanto la extrañaba.

Ya hace muchos años que ella vivía en Chuccllú y con las referencias brindada por mi abuelita, fui en busca de su nuevo hogar. Mientras esperaba el carro, pensaba en lo que le iba a decir, ha pasado muchos años y quizá ella haya olvidado los maravillosos momentos que vivimos en la ciudad y sus alrededores, siempre hay un riesgo que las emociones no sean las mismas.

Ya en el colectivo, mi atención en todo el recorrido fue hipnotizado por lo hermoso del valle y su estructura.

Al llegar a la plaza de Chuccllú, entre a una tienda que emanaba un olor a pan fresco, y pregunte por Rosita, la señora que atendía dicha tienda, me dijo que ella vivía a dos cuadras en una casa de cemento sin pintar.

Camine, con el corazón acelerado y una sonrisa franca, toque la puerta, y salió ella y agachando la cabeza, me dijo:

- Señor buenos días ¿A quien busca?

Intente mirarla a los ojos, esos ojos café llenos de ternura, pero no me lo permitía. Ella tenía mucha vergüenza por que su rostro sufrió quemaduras de tercer grado, y no supe que hacer luego, no era mi intención hacerle pasar un mal momento.

Me quede en silencio y ella volvió a preguntarme a quien buscaba; entonces le agarre la mano y le dije a ti.

Me miro por varios minutos, sorprendida por mi respuesta, y sentí que me reconoció y sonrió.

Me hizo pasar, y mientras ella sacaba una silla, su perro aprovecho para morderme.

Como es natural, la mordida fue un secreto entre su perro y yo, no quería arruinar el día con quejas.

Sentados ya en su patio, ella me ofreció chicha, y en realidad lo necesitaba por que el sol era imponente y seguía aun nervioso por los colmillos de su perro.

Nuevamente juntos, conversando y bebiendo, nos dimos cuenta que la confianza no se había perdido y recordamos muchas acontecimientos, como el desconocimiento que teníamos del significado de la propiedad privada e íbamos a las chacras a chupar caña dulce y juntar yuyo como si fuera nuestra, y que tanto me gustaba hacer ello que la convertí en mi cómplice de muchos delitos, como aquella vez que nos quedamos toda un día en una de las chacras acogedoras, con árboles y pampa para descansar a su alrededor y la dueña enojada, una viejita de 70 años decomiso la soga que tenia y que era de mi abuelo, por haber llevado a un pollino ajeno para que comiese de su siembra.

Y así, recordamos muchas cosas más que quedaron en aquel patio y como testigo su perrito de nombre tarzán, que ya me movía la cola y estaba sentado debajo de mi silla.

Era tarde y tenía que regresar a casa, y quedamos para vernos al día siguiente.

Ya en Jauja, y con el frio de la noche, me fui a mi habitación y leí varias páginas del “Cancionero de Petrarca” relacionando varios de sus escritos con el buen momento que había pasado horas antes con Rosita.

Al despertar, mire el reloj y era tarde, me quedaba solo 10 minutos para estar puntual en la cita.

Así es que pedí prestada la moto y me fui en su búsqueda, el viento sí que castiga a uno en las mañanas, pero no me importaba, me sentía muy bien estando al lado de Rosita.

Llegue a su casa y le pedí que subiese a la moto, que iríamos a pasear por cualquier lado, ella estuvo de acuerdo, pero su mamá salió preocupada y no le dio permiso, entonces utilice mis técnicas bien desarrolladas para convencerla y como nunca fallo, en esa oportunidad también obtuve su permiso y empezó el paseo, fuimos a Paca, luego a Pachascucho, Tragadero, Marco, a las Ruinas de Tunanmarca, Marco, Acolla, y terminamos agotados cerca a un rio en Acolla, refugiados en la sombra de un fiel eucalipto, y comimos fruta y galletas, luego, le dije lo que siempre había sentido por ella, y la bese.

Ella ya no creyó en mí, menos en mis intenciones, y vi tristeza en sus ojitos, y con la voz entrecortada, marco mi vida diciéndome.

- Porque intentas jugar conmigo, porque quieres hacerme daño, no me ves acaso, tengo el rostro desfigurado, nadie se interesaría en mi, mientes al decir que me quieres, que te gusto, no seas malo conmigo, por favor, no me lastimes.

La verdad es que derrame una lágrima, me dolía mucho lo que decía, ella no se merecía lo que le estaba pasando, y entendí que venía sufriendo desde hace mucho, y entonces supe lo que tenía que hacer.

Regresamos a su casa, y me despedí de ella con un beso en la mejilla, no se dijo más palabras aquel momento y ya no la fui a buscar.

Pasaron varios días, y ya se estaba dando inicio al carnaval en el Barrio de Huacllias, que era el barrio al que pertenecíamos y eso significaba que había llegado el momento.

Yo aún era estudiante universitario, y no tenía mucho dinero, así es que en esos días que no la vi, me puse a trabajar en las chacras, para así poder regalarle a Rosita el mejor traje de Jaujina y pedirle que sea mi pareja en el corta monte. Hubiese sido más fácil pedirle a mis familiares, pero no me pareció interesante hacerlo. En la chacra desarrolle los valores de la solidaridad y lealtad, fue grandioso compartir con gente tan valiosa.

El disfraz de Jaujina reservado para Rosita tenia colores negro, uva, blanco y marrón, sumamente elegante y combinaba perfectamente con mi traje negó.

Ya no podía contener mi emoción de volver a verla y decirle que siempre la quise y que el aspecto físico no es impedimento para estar juntos, porque para mí ella era la mujer más linda que había conocido y tenía la seguridad que mi felicidad estaba a su lado.

En esa oportunidad, pedí prestado el auto ya que tenía que llevar el traje sin que se dañe, y en un tiempo record confiaron en mí y me dieron las llaves.

Todo era perfecto, cuanta satisfacción sentía, ese día le iba a demostrar que yo la quería y que no pretendo jugar con ella.

Iba a ser mi pareja en la fiesta de carnavales y de ahí empezaríamos una relación seria.

Llegue rápido a su casa y todo término.

Había una orquesta que tocaba tonalidades telúricas y mucha gente de negro llorando sin consuelo, mi Rosita había muerto, durante muchos años soporto el dolor de sus quemaduras y luego me entere que aquel paseo que dimos empeoro su situación.

La noche llego muy rápido y no podía pensar en nada, con los ojos entreabiertos le dije adiós.

Ha pasado mucho tiempo, y aun se habla de ella, aun la recuerdo, cada vez que voy a Jauja, la visito en su mausoleo.

En algún momento mi hijo me pregunto quien fue esa señora a quien siempre le regalo rosas lindas, y mi respuesta siempre es la misma.

Ella fue un ángel.

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