miércoles, 1 de junio de 2011

ELIPSIS

A veces preferiría no conocer o dejar de aprender en ciertos casos.
Pero ahora aligero preguntas y sin embargo quedan inconfesables mis sospechas:

¿Cómo es que desciende una hoja blanca sobre la mesa, y se va reduciendo las sombras que provoca un reflector muy cercano en distancia?

¿Por qué en la combinación del silencio y la reacción, los mejores sonidos atraviesan mis sentidos?

¿Dónde ocultan al futuro que gusta de la verdad en las noches de otoño?

Sucede que aquellas líneas, líneas cobijadas, en las ocasiones que la finura de tus dedos las toleran. Captan la atención y a los lejos te veo, si te veo, como desciendes del cielo, de ese cielo de los hombres.

Entonces hay una explicación que sencillamente se ilumina, y que regala un suspiro a lo posible.

La hoja blanca solía ser yo, que se provocaba por tu tiempo y quedaba a salvo al recibir tu continua expresión de radiante cordura. Cordura que sujetaba al silencio de la conciencia, agudísima e implacable. Y aquel futuro que no conoce de oráculos, hoy comienza a presionar para la supresión de los recuerdos que no son necesarios para tu calidez ni mis miedos.

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